Artes de México

Diálogo de luces y voces. La lente de Rafael Doniz

13/02/2022 - 12:00 am

Este es un fragmento del texto “Alebrije. Monstruo de papel”, de la revista Artes de México: La suma es el mundo que con luces y sombras nos enseña: “Soy el flujo”. Los hombres saben que respiran las mismas nubes que respiran las diosas estrellas, porque las nubes son el humo de las pipas con las que las diosas danzan cuando lucen sus plumas. 

Por Alfredo López Austin

Ciudad de México, 13 de febrero (SinEmbargo).- Rafael, he de hacer un retrato. No tengo cámara. Usaré la tuya. No tengo imágenes, porque no sé estancar el tiempo en sus luces y sombras. Usaré tus imágenes. ¿Cómo pretendo hacer un retrato, si carezco de lentes y de luces? Hoy formo diálogo, hago un retrato. Parto de tus imágenes y aporto palabras. La fuerza de las imágenes es un detonador que enciende las dendritas de quienes contemplamos. Yo aprovecho las mías y devuelvo tu luz en voz.

Rafael, volaste hasta muy alto. Santa Teresa del Nayar, Santa Teresa de Miraflores. Su nombre es Kwemwaruse. Latitud 22° 46’ Norte; longitud 104° 73’ Oeste; altura 2 120 metros sobre el nivel del mar. Una meseta entre montañas y barrancas. Su ubicación precisa indica que allí y a esa altura es el centro del mundo. Al menos así lo afirman sus habitantes, los kwemwarusi.

“Alebrije. Monstruo de papel”, de la revista Artes de México. Fotos: Artes de México

Atrapaste el celaje en un lugar en el que son las nubes —que no las estrellas— las que gobiernan el destino de los hombres. De hombres y bestias, de bestias y plantas, de plantas y aguas. La suma es el mundo que con luces y sombras nos enseña: “Soy el flujo”. Los hombres saben que respiran las mismas nubes que respiran las diosas estrellas, porque las nubes son el humo de las pipas con las que las diosas danzan cuando lucen sus plumas. Llevaste tus cámaras a Kwemwaruse para marcar los contrastes entre la luz y la sombra; para detener al tiempo en su carrera. Quisiste encontrar lo tal vez nunca hallado, traspasar los ojos y llegar al alma. No podrás negar que, buscando sorprender, quedaste de pronto sorprendido, cuando sin querer causaste la instantánea ruptura del orden que instantáneamente, sin querer, captó tu cámara. Ni podrás negar que cuando quisiste llegar con cautela a la península del fin del mundo, se te adelantó el cielo y duplicó la imagen que creíste única.

Fuiste a Kwemwaruse, Rafael, para contarnos con las imágenes cómo viven allá los kwemwarusi; cómo contemplan su mundo en el constante flujo para fluir en él, hasta su término; cómo en el flujo cumplen su labor sobre la tierra o cómo aprenden el flujo, sus labores, gozos, rutinas, deteniéndose en cada pequeño, fugaz, deleite de la vida: la palabra que interrumpe el viaje para amarrar cuerdas sueltas, informes ansiados, el reposo de la espera, las visitas de los parientes, el asombro de alguno junto a la suspicacia de otra.

“Alebrije. Monstruo de papel”, revista Artes de México. Fotos: Artes de México

Hablaste un día, Rafael, de haber encontrado a los héroes anónimos y proclamaste con tu cámara que son anónimos, pero no invisibles. Volviste a encontrarlos en Kwemwaruse. Son los hombres que mueven al mundo con sus manos, los que unen su fatiga a las fatigas del Sol y de la lluvia, para engendrar, en conjunto, el alimento. Labor conjunta, actos complementarios, producción que ni el cielo ni la tierra pueden hacer sin el sudor humano, la que el hombre tampoco alcanza en solitario sin el auxilio de los dioses y los muertos. Son los héroes anónimos, que no invisibles, que saben manejar el hierro y que con él reproducen los bienes de la vida. Son los que tienen el poder preciso para hablar con sus socios invisibles y para provocar con el ritmo, el movimiento; los que lucen sus hierros, sus trofeos, en las paredes de sus hogares y dejan reposar los otros instrumentos, los sagrados, cuando éstos ya han cumplido su tarea.

Es que en Kwemwaruse se devela el misterio, pues se sabe que la unión de hombres y dioses se logra con trabajo. Se invoca a lo invisible, se trae su acción sobre este mundo o se le envía desde acá la acción del hombre, se ritman sus pasos con los golpes dados a la cuerda del tawitol, se hace entrega al invisible socio de su parte del fruto.

“Alebrije. Monstruo de papel”, revista Artes de México. Fotos: Artes de México

Todo hombre de Kwemwaruse se sabe hijo de Tayaxuri Kwemwarusa’na. Él es el dios, el abuelo, el patrono, señor de la tierra que vive dentro de su propio monte y es, al mismo tiempo, el monte mismo. En el monte se levanta su ara, porque el vientre del monte es la bodega donde se guardan las nubes y las aguas, los bienes futuros, las semillas de plantas, de animales, de los seres humanos. Allí, en el monte, se depositan las ofrendas, la comida del dios, la pobre retribución del hombre por los enormes bienes recibidos del Abuelo. Allí se lleva a presentar al hijo que el monte un día albergó en su seno, para que el señor del monte vea a su niño ya crecido; para que el niño entienda a quién pertenece.

Y los hombres de Kwemwaruse también saben que pueden arrancar pedazos del cielo para ponerlos en la tierra y prolongar el día. En la máxima abstracción del altar comunal, erigen cielo, tierra e inframundo para que alojen a los dioses en la proximidad de un diálogo. Como todos los coras, son conscientes de que al arrancar pedazos de tiempo del mundo de los dioses, mueven con él los pies, mueven con él las manos, mueven con él las voces, y al capturar el ritmo lo siguen, lo impulsan, le imprimen la fuerza de su esfuerzo, y con su fuerza y esfuerzo el ritmo de los dioses, el tiempo de los dioses, se revivifica en este mundo. La mano de los coras es la mano de los cielos que mueve el tiempo. (…)

Este texto, en su versión completa, aparece originalmente en el suplemento “Alebrije. Monstruo de papel”, de la revista Artes de México. La búsqueda del venado. Puedes conseguir la revista a través de la página de la editorial https://catalogo.artesdemexico.com/productos/la-busqueda-del-venado/

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